Cultura

Aquellos lejanos tiempos…

Los que nacimos en la década de los treintas vivimos así: muchos años sin electricidad. En los bolsillos de todos había cerillos. Velas, quinqués y candiles fueron el medio para alumbrar la oscuridad de la noche. Nuestra ropa de niños la hacían los sastres. La de las niñas las costureras. Las mujeres usaban faldas -abajo de la rodilla- naguas o vestidos. Nunca pantalones. Las mamás estaban al frente del hogar. Los papás eran los proveedores.

Las clases en la primaria iniciaban a las nueve de la mañana. Antes de irnos a la escuela, desayunábamos y almorzábamos en la mesa familiar. Todos juntos. Salíamos de la escuela a las doce y volvíamos a las tres. Comíamos juntos antes de irnos. Salíamos a las cinco de la tarde. En la noche se desgranaban historias familiares, cuentos o, simplemente se platicaba. Esa mesa en la que comíamos juntos era en la que se fortalecían los lazos de la familia. Los medios de transporte eran burros, caballos y mulas. Las mujeres no se subían en bicicletas. Después llegaron bicicletas para mujeres. Sin cuadro.

Las casas eran grandes. Tenían corredores, sala, dormitorios, patios y traspatios. Llamábamos “arriates” a las pequeñas siembras de verduras y hortalizas. En los corredores había plantas en macetas. Las escuelas eran de niños y de niñas. Muchos cantos. Muchos cuentos.

No se decían groserías. Todo giraba en torno de papá y mamá. Las abuelitas usaban vestidos hasta los tobillos y la mayoría de los abuelitos tenía bigotes y usaba bastón.

No se usaban las palabras divorcio, mandilón, aborto, ni homosexualidad. Tampoco cáncer, diabetes, infarto, sida, y muchas otras que creo, ni existían. No había madres solteras. Las novias eran pedidas por los padres del novio. Había un plazo entre la petición y el matrimonio. Las parejas eran, casi siempre, entre paisanos.

Los cerros tenían muchos árboles. En el campo había muchos conejos, liebres, venados, tejones y coyotes.

Las corrientes de agua eran limpias. Había muchos manantiales.

Los maestros eran puntuales y bien portados. Eran ejemplo de conducta.

Así vivimos nuestra niñez los que, ahora, somos viejos. Recordamos mucho aquellos lejanos tiempos, pero nos adaptamos a los tiempos de ahora. Lo que no soportamos es la vulgaridad, la superficialidad, la delincuencia, las mentiras oficiales, la impunidad y el materialismo que predomina en todas partes. Tampoco soportamos la contaminación.

 

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