Mi clausura en la primaria fue el 26 de junio de 1951. Nuestro uniforme era blanco. Fuimos 12 los egresados del Colegio Morelos de Chilapa. Me acuerdo bien de todos. Eran seis pupitres. Tres adelante y tres atrás. En cada pupitre nos sentábamos dos. Me acuerdo bien de todos. Siempre nos sentábamos en el mismo lugar. Javier Valle y yo en el primero. Tito Vela y Otilio Salazar en el segundo. Narvo Alvarado y Benigno García en el tercero. Atrás, Adalberto Téllez y Gabriel Sánchez Andraca, Buenaventura Carmona, Jesús Montesinos Pie de la cuesta -así le decíamos por su origen- y Luciano Moreno. Todos esos egresamos. Nuestra clausura fue en el salón Coruña. Era un gran salón que pertenecía al Colegio de Niñas, llamado El Verbo.
Cantamos las golondrinas yucatecas y fuimos todos a comer al restaurante del Hotel Central, atrás de la tienda El Centenario. Eso fue hace setenta y tres años. De los doce egresados solamente yo estoy vivo.
Mi padrino fue el joven Manuel Villalba Acevedo. Me regaló una pluma fuente. Era una novedad. En primero de primaria usábamos pizarra y pizarrín. Después manguillo y bote de tinta. Las plumas fuentes fueron el gran invento. No necesitaban tintero. La tinta la tenían adentro.
No había libros de texto gratuitos. Los comprábamos. Bueno, los compraban, porque mi papá era dueño de la única librería. Recuerdo los libros Rosita y Juanito, poco a poco, la gramática de Marín, las ciencias naturales y el inolvidable “Corazón, diario de un Niño”, entre otros. Los que entonces egresamos ya habíamos leído varios libros, incluso, fuera de la escuela. Nos inculcaban la lectura como forma de vida.
Me acuerdo mucho de mis maestros. Sinecio Moctezuma me enseñó a leer. Quienes nos inculcaron inquietudes y deseos de aprender fueron los maestros Tino Salmerón, Amando Herrera y Francisco Silva Acevedo. Este último era incansable. Escribía obras de teatro y las escenificaba. Hacía concursos de conocimientos básicos, fuera del colegio, organizó el llamado “Orfeón Morelos” y compuso muchas canciones. Recuerdo una que decía “Del cielo, cayó un cachito en esta verde hondonada. Chilapa nació de allí, ayayay mi tierra amada…” fue autor de la letra de las mañanitas guerrerenses. El maestro Tino Salmerón escribió poesías bellísimas y fue un gran promotor del deporte.
En la década de los cuarenta no había electricidad en Chilapa. Nos alumbrábamos con velas, quinqués y reflectores. Tampoco había estufas de gas ni refrigeradores. Las noches eran oscuras y peligrosas. Decían que paseaban en las calles la llorona, el burro sin cabeza, las tlanteteyotas y el perro negro endiablado. Muchos muertos salían de sus tumbas y recorrían las oscuras calles. Todos creíamos eso. Hasta los adultos.
Las calles empedradas y de tierra suelta eran nuestros campos de juego.
Papá y Mamá eran el eje de nuestra niñez.
Fuimos niños muy felices que íbamos al campo a cortar flores y fruta silvestre.
Las pozas del Río Ajolotero eran nuestro paraíso.
Nací en Chilapa el 23 de noviembre de 1938.