En la silla que saco afuera de mi librería en la calle Zapata, la tarde del martes pasado, estuve leyendo un libro de orientación sexual. Lo tomé por casualidad. Me pareció muy interesante y ameno.
Pasó por allí mi amigo Antonio y se rió a carcajadas. ¿A tu edad estás leyendo esto? No seas ridículo.
Por supuesto, no lo estaba leyendo para obtener orientación personal pero sí, lo que leí, me servirá para platicar con los niños y adolescentes que diariamente trato. La pregunta de Antonio fue acertada.
Casi una hora después llegó mi amigo Francisco. Fuimos compañeros en secundaria. Él es un año mayor. Ya cumplió ochenta y cinco. ¿Tienes libros de Kiyosaki o cómo se llama? Sí, le dije. Son libros muy buscados. Son métodos para producir y administrar dinero. ¿Lo vas a regalar? No. Lo quiero para mí. Me reí a carcajadas y repetí la pregunta de Antonio: ¿A tu edad quieres aprender a producir y a manejar dinero? Claro que sí – me contestó – muy serio. Quiero iniciar un negocio. No te espantes. No será una librería que te haga competencia. Yo quiero un negocio verdadero. Que produzca. Los libros no son buena mercancía.
Mi amigo Francisco, a sus ochenta y cinco, está sano y activo. Está casado con una compañera de escuela que, sospecho, tiene casi ochenta. También es sana y activa.
La visita de estos dos viejos amigos me puso a pensar: ser viejo no es sinónimo de ser inútil. Los viejos no somos seres acabados. Yo, a mis escasos ochenta y cuatro, me levanto, hago ejercicio, voy a trabajar a la oficina. En las tardes atiendo mi librería, leo, escribo y camino a pesar del mal de mi pierna derecha. Tengo proyectos y metas. No pienso en mi vejez, ni en achaques, ni en enfermedades. Sin embargo, soy sincero, no aguantaría la lectura de libros para producir y administrar dinero. No me interesa el tema. Cada quien tiene sus propósitos. Las ilusiones no desaparecen con la edad. No deben desaparecer. Estoy seguro de que achaques, dolencias y enfermedades son resultado de la inactividad mental y física.
Mucho se dice de la soledad de los ancianos. Es cierto que muchos pasan solos, abandonados, los años de vejez. Pero, la soledad no es causada por la edad. Es producto del formalismo, del carácter, de la inactividad y del mal humor. Los viejos no necesitamos del trato formal. Necesitamos reír, jugar, bromear. No es falta de respeto que nos hablen de tu, incluso los niños. El usted levanta barreras en el trato. Necesitamos que nos traten con igualdad, que nos hablen con familiaridad. El trato de igual a igual debe ser en todas las edades. Por supuesto, con vocabulario limpio y respeto.
Los ancianos debemos salir a la calle, a los parques, a los lugares de reunión. Debemos convivir. Quien es anciano solitario y triste es porque tiene incapacidad de trato. Está amargado. Vejez, salud y felicidad deben ir juntas. No debemos tener prisas, ni angustias, ni miedos. Pero, eso sí: muchas precauciones.
Mis escasos ochenta y cuatro son los años más productivos y felices.