- A la memoria de Pedro Julio Valdez Tellez
Por Marco Antonio Mongë Arévalo
Como dicen: “con fuentes privilegiadas”, lo supe. Me comuniqué con su padre. Confirmó.
— Luego te llamó —dijo angustiado.
La verdad es que yo no sabía qué decir.
Hace muchos años, en la adolescencia convivimos y vivimos por el rock, lo que nos gustaba, lo que nos unía. No sólo a él y a mí, a Paris (así, sin acento en la í), Arturo, Gonzalo…
Eran los 90’s, cuando tocar una batería, un bajo o una guitarra te hacía HÉROE, éramos del remanente de la Generación X, aún hacíamos actividades físicas para divertirnos. No vivíamos pegaos a los celulares, así que los celulares eran estrictamente para hacer llamadas, que jamás queríamos escuchar de nuestras familias pidiendo que regresáramos a casa, después de ensayar.
Pedro Julio, era nuestro baterista…
Sus padres siempre fueron solidarios con nosotros. A él lo apoyaron en todo momento. Conmigo ¿por él?, ¿por mí? No lo sé, solo ellos sabrán porqué fueron solidarios. Lo que agradezco infinitamente.
A veces yo bromeaba y le decía que sus padres me querían más a mí que a él. Sólo por hacerlo rabiar. Él sabía el sentimiento de sus padres hacia él, valga el término.
Nuestro paso por Casa Guerrero, por el Cendi 1, por el CBTIS, por Bachilleres, por la UAGro, por… el fondo de una alberca vacía en casa de otro amigo, que en una ocasión nos sirvió de escenario. Todas las historias en todos los lugares, no puedo contarlas. Sólo con quienes vivimos esas historias y mis verdaderos amigos las saben, las sabrán.
En los bares donde tocábamos, éramos la envidia de muchos. Acapulco, viejos tiempos. Nos dio todo. La música nos dio todo. El Cougar negro (un auto 8 cilindros) nos hacía poderosos ¿Verdad Pedro? ¿Verdad Gonzalo? ¿Verdad Paris? ¿Verdad Arturo?… ellos lo saben.
Alguna vez alguien se atrevió a criticarnos:
— Son junior’s por eso tocan tan bien. Tienen todo el tiempo del mundo para ensayar.
Sí, a nuestra edad, viajábamos en auto propio, pero jamás fuimos junior’s, ni un cliché con pantalones rotos, nunca fuimos pretenciosos, tocábamos por placer, no perdíamos algo: a veces ganábamos alcohol y popularidad entre los escolares. Nunca fuimos personitas jugando a ser rock stars, no tocábamos una guitarra para tener novia. Los likes eran en vivo, de persona a persona.
Todos: Pedro, Arturo, Paris y Gonzalo, dedicábamos nuestra vida a estudiar. Incluso, el inglés extramuros; un servidor estudiaba y trabajaba en “El Sol”, como cariñosamente le decíamos al periódico del cual su padre es el dueño: yo salía corriendo por la madrugada de “El Sol” para llegar al bar, para tocar, para embriagarnos y para ser dioses por un momento. Pedro no tomaba. Jamás alcohol, jamás drogas… Desmadrosos sí, con errores garrafales de juventud sí —que nos costaron mucho, de los que aprendimos mucho—, pero jamás algo que afectara su salud mental o física.
Así era Pedro, siempre “sano”, no tomaba. Nosotros Paris, Arturo, Gonzalo éramos quienes aprovechábamos el alcohol como pago en aquellas tocadas. Festines para adolescentes. Las otras cosas venían solas, por default, nunca las buscamos.
Como olvidar a Doña Silvia, su madre, brindándome cereal de “Chococrispis”, porque así era Pedro: Paris, Arturo, Gonzalo, yo, compartíamos su mesa.
Éramos más adolecentes cuando llegaba Pedro (padre) y nos daba “miedo”, nos imponía, porque era el jefe de prensa del gobernador Aguirre. Admiraba en demasía la enorme biblioteca de Pedro (padre), a la postre creo que a mí era al único que le entusiasmaba el hecho de que había cientos si no es que miles de libros en un espacio acondicionado para ello.
Doña Silvia nos cuidaba. Un día se dirigió cariñosamente a mí:
— Aprenderás de él, no tiene paciencia para enseñar, pero aprenderás —me aseguró.
Se refería al padre de Pedro.
Después… la adolescencia simplemente se nos había acabado, la adultez nos había alcanzado. Buscamos otros horizontes, al final había otros intereses para nosotros. Pedro siguió: la batería era lo tuyo.
Crecimos. La vida nos dio rumbos distintos: Arturo, médico; Paris, ingeniero químico; Gonzalo, arquitecto, Pedro, abogado… yo el aprendiz del periodismo.
El rumbo de la salud de Pedro también cambió, cuando supimos de su enfermedad teníamos más preguntas y problemas que respuestas.
La última vez que lo vi físicamente, se veía desmejorado, pero caminaba y traía buena actitud. Lo abracé, aún recuerdo que le dije:
— ¡Abrázame bien, chingá!
Él penosamente hizo lo propio, como que no aceptaba la idea de que otro hombre, le demostrara su afecto, de camaradas. Lo acompañaba Chayo, su esposa.
Luego, naturalmente se encogió de hombros. Fue ese machismo el que a veces sencillamente no nos deja.
Todavía hasta hace unos días bromeábamos en un grupo de WhatsApp, porque a pesar de estar hospitalizado, Pedro siempre contestaba… pero un día simplemente dejó de hacerlo. Mi última “conversación” con él fue una imagen, que solo los integrantes de ese grupo sabemos de qué trata, le escribí: “Pedro, para que te animes”… Maldita sea, ya no respondió.