Cuando estaba en la primaria tuve un compañero que nos vendía dulces caseros que hacía su mamá. Era huérfano de padre y, con mucho esfuerzo, lo sostenía su madre en el colegio. Era juguetón, pero no era nada sobresaliente en las clases. No contestaba cuando el maestro le preguntaba. No era estudioso. El mismo maestro de cuarto le puso el apodo de “poco seso”. Y así empezamos a llamarlo y no se enojaba. Eso sí, hablaba de que iba a tener mucho dinero cuando fuera mayor y nos describía su imaginado coche y su lujosa casa. Nos hacía reír. En sexto ya nos vendía paletas que él mismo hacía en una garrafa con hielo. Era a fines de los años cuarenta.
Casi todos mis compañeros de salón salieron a estudiar y a trabajar fuera del terruño. El “poco seso” también se fue quien sabe a dónde.
En los años setenta tenía en Acapulco una gran tienda de abarrotes, una refaccionaria de automóviles, una lujosa casa con alberca, camión para transportar su mercancía y un coche para sus viajes. Dos de sus compañeros de clase fueron sus empleados. Tuvo un matrimonio feliz.
Ahora que no puedo salir de casa por las lluvias pensé mucho en él. Él “poco seso” tenía un deseo, desde niño. Era muy pobre, pero soñaba ser rico. Ese deseo lo impulsó a trabajar desde niño vendiendo dulces y paletas. Tuvo una meta, un propósito. Trabajo mucho y alcanzo su propósito por su decisión y por su perseverancia. Tuvo imaginación.
A mis escasos ochenta y cinco años he visto que la mayoría van por la vida sin metas, sin propósitos definidos. Así viven. Muy brillantes en la escuela, pero sin deseos definidos. No han llegado a ninguna parte. Trabajan en lo que sea. Muchos tienen una profesión que no ejercen, una familia dividida y diversiones mediocres: ven televisión casi todo el día, beben los fines de semana y son fanáticos del fútbol o de otros deportes que no practican pero que ven por la tele.
Yo nunca pensé en tener. Yo pensaba en hacer. Desde niño soñé en escribir y publicar libros y en recoger historias, tradiciones y costumbres de ciudades y pueblos. Esa fue mi meta. Eso es lo que sigo haciendo.
Eso necesitamos promover entre niños y jóvenes. Que sueñen, que definan sus deseos, sus metas y que trabajen con perseverancia. Esto último es la clave. Perseverar a pesar de los obstáculos y fracasos.
He visto, he comprobado que casi nadie tiene un proyecto de vida.
Promovamos que los niños y jóvenes sueñen, imaginen, tengan deseos y metas. La perseverancia los hará triunfar.
