Por Horacio A. Adame
Entiendo que el anuncio de la feria de San Mateo tiene ya muchos años. Era un acto simbólico, casi un ritual, en el que participaban representantes de los barrios, pero no una congregación multitudinaria. En calles cercanas a la iglesia de la sede ferial desfilaban danzas tradicionales de la región, y al frente se mostraba el pendón de la fiesta, una especie de estandarte. En mi niñez y adolescencia no recuerdo haber acudido con mis familiares a mirar este recorrido, que no tenía mucha difusión. A lo que sí íbamos era a la feria, donde la pasábamos muy contentos por lo colorido de los puestos y por encontrar a nuestros amigos; familiares que nos visitaban de otros lugares también gozaban el reencuentro con sus raíces y con añejas amistades. A pesar de lo pequeño del espacio, se podía caminar tranquilamente, abrazar a los amigos y detenerse a charlar.
El desfile multitudinario de la actualidad no rebasa las cinco décadas. A él solamente he acudido unas tres veces, cuando mucho: una cuando trabajé en el gobierno estatal y las otras dos, cuando fui encargado de las actividades culturales en el patronato de la feria, encabezado por mi amigo Paco Osorio (por cierto, en dicho patronato tuvimos discusiones enriquecedoras sobre el tema). Nunca me ha gustado esta forma de celebración. Primero, porque se llegó a convertir en pasarela política; segundo, porque se utilizan muchos recursos públicos financieros, humanos y materiales para un desfile que a los pocos minutos es ya una bacanal; tercero, porque la gente que no tiene nada que hacer en el recorrido diluye el colorido de las danzas regionales, confundiendo el folclor con la marcha zigzagueante de una buena cantidad de beodos. Me gusta el mezcal, pero sé con quiénes y dónde tomarlo. La feria de la colonia Los Ángeles, a la que tiene varios años que no voy, es también multitudinaria y ya es imposible detenerse a charlar tranquilamente en sus pasillos, sin ser empujados por la gente que se arremolina. Dejó de ser una feria familiar.
El encuentro de la sociedad con sus orígenes culturales reafirma nuestra identidad. Por eso mismo, me gustaría un desfile de danzas, con paseo del pendón o sin él, en que la población de todas las edades disfrute de los bailables, del colorido de sus vestuarios, del ritmo de los sones y gustos de la entidad, de los trajes regionales, de la riqueza cultural de la que nos sentimos orgullosos. La manifestación de la que me he alejado no tiene nada de qué presumir: el derroche de alcohol y de otras sustancias, la violencia y agresividad, así como la imprudencia de la gente que obstaculiza a los danzantes es algo que debe terminar. Organizadores y sociedad deben entender, como si fuera un cambio de chip, que asistir al paseo del pendón ferial es disponerse a disfrutar de un desfile de arte y cultura guerrerense, y no un motivo de encuentro con el Dios Baco o la diosa Mayahuel.
