Cultura

La gran diferencia entre las mentes de ayer y las de hoy

A veces, nos reunimos algunos compañeros. Todos con más de ochenta. Platicamos sobre el pasado. Los recuerdos llenan nuestra mente y, al expresarlos, volvemos a vivir esos días tan lejanos y distintos.

Ahora, no vivimos como en aquellos días de nuestra niñez y adolescencia. No es la tecnología la que hace la diferencia. Es la forma de ser, de hablar, de relaciones familiar y social. Son distintos nuestros valores. Son distintos nuestros conceptos. Hay gran diferencia entre las mentes de ayer y las mentes de hoy.

Nosotros nos sacudimos muchos prejuicios, miedos, formalismos y hasta creencia que nuestros padres nos inculcaron. Somos distintos a nuestros padres y abuelos. Pero en lo esencial, somos iguales a hombres y mujeres que, a través de siglos, conservan los valores universales, que aman la vida y extienden su amor a todo lo creado. Damos el máximo valor a nuestras palabras. La verdad, la honestidad y el respeto empapan nuestras acciones diarias. La paz interior es la base de nuestra vejez feliz.

Por supuesto, cometemos errores, pero nos levanta la fuerza de nuestros principios.

¿Estoy idealizando nuestra vida de viejos? Quizá. La verdad es que somos distintos a las generaciones de ahora. La diferencia está en que los valores universales están perdidos o debilitados. El dinero tiene el poder de dominar conciencias, voluntades. El dinero es el máximo valor. La verdad, el respeto, la honestidad están ausentes. La palabra amor esta distorsionada. El hogar inexistente. La autoridad moral no la tiene nadie.

En nuestra época de niños y adolescentes tuvimos lo necesario, a pesar de que los hogares de entonces estaban llenos de hijos. En mi casa fuimos doce hermanos. Muchos hogares de entonces fueron iguales, a veces, con más. Cinco hijos eran pocos. Sin embargo, no faltaba lo necesario. El dinero era el medio, pero no había gastos superfluos. No había consumismo. Jugábamos en la calle, nadábamos en las barrancas, íbamos caminando a la escuela, no había ropa de marca, ni los muchos aparatos que, ahora, hay. Las comidas siempre eran en la casa. Hechas por mamá.

Los papás trabajaban para tener lo necesario. Lo necesario no era mucho. Tranquilidad, paz, armonía inundaban hogares, pueblos y ciudades.

Llegó el consumismo. Se trastocaron los valores. El dinero se convirtió en el dios a quien todos quieren tener. Cambiaron conceptos de vida y hombres y mujeres perdieron la esencia humana. Hasta la vida misma perdió su valor.

Los que somos viejos parecemos islitas separadas. Seguimos con nuestros valores, con nuestros principios, con muchos conceptos. Verdad, paz, honestidad en todos nuestros actos.

Pero, sobre todo, tenemos a la libertad como máximo valor. Somos como somos porque somos libres.

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