Aquí, donde vivo, hay mucha vegetación. Silencio. Paz. El patio de mi casa tiene árboles altos y frondosos. También flores, sobre todo, buganvilias. En el pretil del corredor hay macetas con rosas. En estos tiempos, en las noches, se prenden las luciérnagas y los grillos cantan a la oscuridad. Mi pueblo tiene, quizá, setenta casas muy separadas pero unidas por los lazos afectivos y de solidaridad de quienes las habitan. Aquí estoy pasando la pandemia.
Pegadita a mi casa corre la barranca que, en estos tiempos de lluvia, es muy caudalosa. El ruido de la corriente arrulla mi sueño en las noches. Los cerros están cubiertos de árboles que, ahora, están muy verdes. El verde intenso está en todas partes. A unos pasos está una pequeña laguna y en los terrenos de siembra empiezan a jilotear las milpas. En octubre miles de flores amarillas inundarán el campo y las ciruelas, las guayabas, y los nísperos darán sabor al paladar y colorido al paisaje.
¿Tenemos carencias? Por supuesto. No tenemos ruidos estridentes, ni aire sucio, ni prisas, ni manifestaciones, ni basura acumulada. Todavía no nos llega la pandemia, ni la violencia. Al silencio lo rompen los trinos de los pájaros, el croar de los sapos y la risa de los niños. Hay muchos niños.
Mi esposa colocó una pequeña mesa en el corredor y un librero. Allí paso la mayor parte del tiempo. Más bien, desde allí, viajo a todo el mundo. He viajado a Rusia, a España, a Francia, a Italia y a Estados Unidos. Me han llevado los autores de esos países en el vehículo de sus libros. También he recorrido a nuestro Estado a través de las páginas de escritores guerrerenses. Desde la semana pasada he vivido en La Isla del extraordinario escritor Elino Villanueva. He conocido las formas de vida y de creer de los habitantes de Tepecoacuilco a través de los hermosos relatos de Bony Chaves. Ahora estoy en Iguala sufriendo desamores con la bellísima historia de José I. Delgado en El Libro Negro del Amor Secreto.
¿No sientes la soledad? Me pregunta mi amiga Angelita. Sí. La vivo. La gozo. También me gustan los ruidos del silencio. Aquí el silencio está repleto de ruidos del campo. Pronuncio muy pocas palabras. A veces, un saludo a alguien que pasa. A veces, conversaciones cortas. Pero mi esposa y yo conversamos, sobre todo, en las comidas. Siempre comemos juntos. En las mesas hay guajes, quelites, calabacitas, frijoles, tortillas saliendo del comal y variedad de salsas. Uno de los políticos que anduvieron en campaña recientemente dijo que a mi pueblo lo sacaría de la pobreza y del atraso. Sí, en mi pueblo hay pobreza. No tenemos McDonald’s, ni Kentucky ni siquiera un Oxxo.
Tampoco comemos hamburguesas, ni carnes frías. Tenemos, eso sí, vegetación abundante, muchas flores, aire puro, paz, silencio, cantos de pájaros y croar de sapos y ranas.
Tiene razón el candidato. Somos atrasados. Todavía estamos viviendo en un pedacito del paraíso que fue creado hace miles de años.