Antes de conocerlo ya había leído su libro “Paseo de Mentiras” y algunos de sus cuentos. Me conmovió muchísimo el extraordinario relato que tituló “Llovizna”. Ese gran autor llegó a Chilpancingo para impartir clases en la Universidad. Era de piel blanca. El pelo canoso y despeinado. Vestía traje sin corbata. El saco lo llevaba siempre sin abotonar. Caminaba encorvado y con los brazos caídos. Sencillo, sin poses, con permanente sonrisa y dispuesto a oír y a hablar con todos. Así era Juan de la Cabada.
En el cine había sido guionista de muchas películas de éxito, entre ellas, Calzoltzin Inspector. También escribió y dirigió la película “El Brazo Fuerte”. Esta película era de las primeras que criticaban al sistema político. Fue prohibida su exhibición en cines. Fui su amigo.
Por ese tiempo tenía la inquietud de conocer a escritores. Viajé a México para ver a Juan Rulfo. Me recibió en una modestísima oficina, creo que en el Instituto Nacional Indigenista. No estoy seguro. Me presenté con él. Fue súper amable. Sencillo, sin poses, auténtico.
Frecuenté al autor del extraordinario relato “Canek”. Era un viejito –así lo conocí- llamado Hermilo Abreu Gómez. Era amabilísimo, sencillo y platicador. Lo invité a venir a Chilapa. Aceptó. El domingo anduvo feliz en el tianguis. Estaba encantado. Eso me dijo. Pero vimos cuando la policía detuvo a un campesino de calzón largo, cotón y huaraches. Su delito era haber bebido unas copas.
Lo golpearon y, doblándole el brazo, lo arrastraron a la cárcel. Hermilo Abreu Gómez temblaba con los ojos húmedos. “Llévame al hotel”. Lo llevé. Se metió a su cuarto y no salió hasta al día siguiente. “Ya no quiero estar aquí” -me dijo-. Su cara era de angustia, de tristeza. Regresó a México.
Me acordé del poeta Juan García Jiménez. “¿Quieres ser escritor?” Me preguntó. “Prepárate para la soledad, para la incomprensión, para las carencias. Sufrirás intensamente lo que otros sufren. Verás lo que otros no ven. Sentirás lo que otros no sienten. No pierdas la sencillez y aprende de todos. Sé auténtico y honesto. Tu vida se reflejará en todo lo que escribas.”
En la Secretaría de Educación José Revueltas tenía una oficinita en la que hacía quien sabe qué. Una tarde caminábamos Juan de la Cabada y yo por el zócalo de México, muy cerca de esa Secretaría. “Vamos a ver a Pepe para que nos invite a comer” dijo Juan de la Cabada. Fuimos. Eran las tres de la tarde. En una fonda cercana nos sirvieron una comida riquísima. José Revueltas y Juan de la Cabada platicaron mucho después de comer. Ya oscureciendo José Revueltas le dijo.
“Paga, Juan, y vámonos”. “¿Yo?” Casi gritó Juan de la Cabada. No tengo ningún centavo. Tú nos invitaste, Pepe”. “No. Ustedes pasaron por mí. Yo no tengo dinero”. Los dos me vieron fijamente. Pagué con un billete de cien pesos que, afortunadamente, llevaba. Me dieron vuelto pero Juan de la Cabada lo recibió y se lo guardó. “Son para mi camión”. Así dijo.
Esa noche pensé mucho en ellos. Grandes, famosos, brillantes pero con total desapego a lo material. Así era Hermilo Abreu Gómez, así era Juan Rulfo, así era Andrés Henestrosa, así eran, entre nosotros, Juan García Jiménez y Rubén Mora. Así son los que, verdaderamente, trascienden… Así fue Ignacio Manuel Altamirano.