· “Guerreros Unidos desaparecieron a 43”
· Pruebas abrumadoras y contundentes
· Aguirre: Peña Nieto “ni llamadas recibió”
Por Jorge Valdez Reycen

En 20 días, Ángel Aguirre Rivero transitó del cielo al infierno.
No había terminado septiembre de 2014 –ese septiembre negro para la historia de Guerrero–, cuando Aguirre perdió todo contacto con el Presidente de la República, Enrique Peña Nieto. Apenas el 8 de ese fatídico mes, en Zihuatanejo, ambos soltaban carcajadas de picosos cuentos en el hangar del Aeropuerto Internacional.
Peña Nieto cortó todo trato con Aguirre. Su interlocutor fue Miguel Osorio Chong, directo, con lo que ocurría en Iguala, y en Mezcala, y en el crucero de Santa Teresa, y en el Periférico Norte…
–Ya no respondió mis llamadas –admitió a cinco años exactamente de distancia el dos veces exgobernador.
Jesús Martínez Garnelo logró comunicarse telefónicamente con José Luis Abarca Velázquez.
–¿Qué pasó? –inquiría sin protocolo alguno, el secretario General de Gobierno al alcalde de Iguala.
La voz trémula, sin hilación, del edil igualteco, no daba explicación alguna. Monosílabos salían de su boca. “Nada”… “No… esteee… no sé. Permítame… le devuelvo… después. Sí… voy a… espéreme tantito”.
Y después… nada.
Iñaki Blanco Cabrera atendió la instrucción telefónica de Aguirre desde la Autopista del Sol. “Vaya a Iguala, por favor. Atienda lo que ocurrió con los estudiantes de Ayotzinapa. ¡Me informa de todo! No importa la hora…
La comunicación, vía celulares, esa noche del 26 fue intensa: los jefes de “Guerreros Unidos” daban órdenes contra los normalistas. “Nos cayeron ‘los contras’… esto ya valió”. Se desataba una cacería humana, balaceras, muertos, hasta el equipo de “Avispones” era rafagueado, igual que un taxista y su pasajera. Desde Casa Guerrero se pedía información vía celular. Desde el Palacio de Bucareli, sede de Gobernación, también.
Los normalistas clamaban ayuda, desesperados, vía celular. Grababan los tiroteos desde sus teléfonos. “Somos estudiantes, no tenemos armas, no disparen”… Gritaban los atrapados en el fuego cruzado. Otros corrieron por calles solitarias, alternas al Periférico Norte. Un número superior a los 50 jóvenes son llevados a la Fiscalía Regional de Iguala, por agentes Ministeriales de la FGE desplegados hacia tres puntos: el Hospital Regional, área de Urgencias; al cuartel de la Policía Preventiva y al Periférico… se rescatan a 60 normalistas convertidos en manojo de nervios, con el terror dibujado en sus rostros de niños.
Para Iñaki Blanco no hay duda: “Fueron los ‘Guerreros Unidos’ los responsables de la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa”. Contundente, como las pruebas profusas, abrumadoras, contundentes de esa ya no presunta responsabilidad, sino comprobada y sustentada en evidencias y testimoniales con lujo de detalles, el entonces Procurador General de Justicia recaba en las siguientes horas cruciales de los hechos las declaraciones ministeriales de testigos (estudiantes rescatados, policías de turno nocturno, médicos, enfermeras, lesionados y sobrevivientes) de las balaceras en más de cuatro puntos de la ciudad.
La célula criminal dejó evidencias y rastros de su operatividad. Fueron delatados por policías. Comenzaron a saltar los apodos de cada uno en las declaraciones ministeriales. Se trató de una acción concertada entre policías y la célula delictiva de “Los Tilos” y “Los Bélicos”. Todos eran “Guerreros Unidos”. Todos tenían un jefe.
Del otro lado, el de la ley y gobierno, se comenzaba a dilucidar que los normalistas habían sido perseguidos, atrapados, entregados y asesinados a manos de los que tenían ese jefe, el que daba órdenes desde el celular. Una de esas conversaciones fue la más sobrecogedora, escalofriante y cruel: “no los van a encontrar nunca… los hicimos polvo”.
