Opinión

La diferencia entre la niñez de los que somos viejos y la niñez de las nuevas generaciones

¿Cuál es la diferencia entre la niñez de los que ahora somos viejos y la niñez de las nuevas generaciones?
Cuando nosotros éramos niños el horario de la escuela era de las 9:00 A.M. a las 12:00 A.M. Volvíamos a las 3:00 P.M. y salíamos a las 5:00 P.M. El desayuno era en la mesa con los papás, hermanos y, muchas veces, con los abuelos y tíos. La comida era a las 2:00 P.M. y la cena a las ocho de la noche. La mesa nos unía. Allí platicábamos lo que habíamos hecho, lo que queríamos hacer, nuestros fracasos e ilusiones. En esa mesa los papás o los abuelos nos escuchaban y orientaban. A veces, allí desgranaban la historia familiar o de nuestro terruño. Esa mesa era el lugar en donde se consolidaban nuestra identidad y pertenencia. Allí adquirimos el orgullo de nuestros apellidos y la decisión de honrarlos con nuestra conducta. Allí nacieron muchos proyectos de familia.
Los que ahora somos viejos comíamos los guisos de mamá. El olor de su cocina era un gran aperitivo. Los alimentos eran naturales. En nuestros patios y traspatios –las casas eran grandes- se sembraban hortalizas y verduras. Los niños participábamos en la siembra y, también, en los quehaceres de la casa. Las mamás siempre estaban con nosotros. Los papás y los maestros castigaban cuando nosotros cometíamos faltas. Había comunicación constante entre papás y maestros. Los papás nos compraban los útiles escolares y los uniformes. Se esforzaban para darnos lo necesario. Nosotros los admirábamos y queríamos.
La relación con los vecinos era amistosa. Juntos barrían la calle y se organizaban para repararla. A los niños nos conocían por nuestro nombre y por nuestras travesuras. Teníamos mucho respeto a los ancianos.
Jugábamos en la calle. Las niñas tenían juegos de niñas. Hacían rondas, cantaban, hacían guisos de lodo, brincaban la reata y tenían muñecas. Los niños jugábamos canicas, rayuelas, futbol, béisbol, y volábamos papalotes.
Contábamos cuentos. A las nueve de la noche ya estábamos durmiendo. Las palabras honestidad, verdad, servicio eran constantes en las pláticas con los papás. Los niños de entonces tuvimos caricias, orientación y muchos abrazos. Teníamos hogar. En la mesa en la que comíamos juntos se fortalecían los lazos familiares.
Cambiaron el horario en la escuela. Las mamás, ahora, llevan el almuerzo a la puerta. Muchas veces nomás les dan dinero a sus hijos para que coman lo que quieran sin supervisión. Crearon los desayunos escolares. Llegó la comida chatarra y la obsesión por los refrescos. Las mamás salen a trabajar y, muchas veces, comen fuera de la casa. Ahora, solamente, hablan a los niños la televisión y todos esos aparatos que hay. Las palabras que más se usan son comprar, dinero, internet, celular…Ya no hay cantos, ni muñecas ni comiditas de lodo. Tampoco canicas, papalotes ni rayuelas. Desaparecieron los cuentos. También las caricias y los muchos abrazos. En todas partes hay restaurantes y puestos de comida repletos de gente. Ya no hay esa mesa de la cocina de mamá. Esa mesa que unía a la familia. Esa mesa que era el centro del hogar. Ya no hay hogar. No exagero al decir que todo lo que ahora sucede: violencia, prisas, inseguridad, desamor es porque desapareció la mesa. Esa mesa hace la diferencia entre la niñez de los que ahora somos viejos y los niños de ahora.
Del hogar surge todo.
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