Por Juan Sánchez Andraka
Quizá serían las seis de la tarde. Yo tenía mi librería “El Nigromante” en la accesoria anexa a la Ferretería Castañón, en la Av. Guerrero. Los propietarios eran don Jaime Castañón y doña Lucy Neri. Eran un matrimonio respetado y muy querido por todos. Se oyeron algunos gritos. Salí. Los policías agarraron “In Fraganti” a dos jovencitos que robaban en la ferretería. Cuando ya habían salido a la calle para llevarlos a la cárcel doña Lucy les recomendó a los policías: “No los maltraten, por favor”.
Dieron las ocho de la noche. Doña Lucy me dijo: Acompáñame. Fui con ella. Llevaba una canasta con platos y vasos desechables, tacos, salsa, dos refrescos y café. Fuimos a la cárcel –Av. Juárez esquina con Galo Soberón-. “Les llevo de cenar –comentó-. Pobrecitos. Seguramente me estaban robando porque tenían hambre.”
Nadie ha sido como ella. Prodigaba amor a todos. Jamás salió de su boca una frase ofensiva. Nunca un rencor. Siempre cariñosa. Siempre con la mano extendida para dar. Sencilla, auténtica, buena. Sin odios, sin resentimientos. Doña Lucy fue única. Amaba hasta a quienes pretendían hacerle daño. Su permanente sonrisa inundaba de felicidad a todos.
Nació y vivió en Chilpancingo, No podemos recordar a nuestra ciudad de antes sin la figura de Lucy Neri. Sociable, amable, incansable. No hacía distingos. Para ella todos éramos iguales. Para ella todos éramos dignos de amor.
Los que la conocimos, los que la admiramos, los que la quisimos, nunca la olvidaremos. Estará siempre en nuestra mente y en nuestro corazón.
Si hubiera muchos y muchas como Lucy Neri de Castañón, el mundo sería distinto.