Por Jaime Irra Carceda
Un día Diógenes se montó en la noche
y se puso a iluminar la luna
y llenó de luz a las estrellas;
bajó por una escalera de haces
y con aquella lámpara magnífica
encontró luz en los ojos de los ciegos;
hizo brillar las pupilas de los cínicos;
volvió incandescente al sol,
apagó fuegos en los bosques,
transformó el oro en piedras negras,
plateó los peces en los mares,
abrasó el carbón en los anafes,
cegó los ojos de los perros,
hizo rojas las miradas de los gatos,
cerro vistas y ventanas,
defecó en plazas públicas
y después, linterna en mano,
espantó enjambres de luciérnagas
que subieron al fondo de la noche
para ser constelaciones,
canicas en ese manto nocturno
en el que juegan los niños que se van al cielo.
