Por Andrés Campuzano Baylón
La tarde del 17 de abril del año de 1971, el gobernador de Guerrero, Caritino Maldonado Pérez, luego de una agitada gira de trabajo por la región de la Tierra Caliente guerrerense –en compañía de los representantes de los poderes Judicial, Carlos Urióstegui, y del Lesgislativo, Federico Encarnación Astudillo—, abordó un helicóptero que los traería de regreso a Chilpancingo. El viaje tardaría unos 45 minutos.
Pero 15 minutos antes de llegar a la capital del estado, cuando el aparato volaba sobre el territorio del entonces llamado municipio de Zumpango, hoy Eduardo Neri, el helicóptero no alcanzó más altura para esquivar el filo montañoso, muy accidentado sitio, y se estrelló y despedazó contra una montaña cerca de la congregación conocida como Paraje Miraval y la población La Laguna. Ninguno de los 5 ocupantes sobrevivió. A partir de esa tarde del 17 abril de ese 1971, Guerrero estuvo más de 48 horas sin gobernador y nada extraordinario ocurrió en la entidad. Este año del 2014 se cumplieron 43 años de esa tragedia.
-¿Fue atentado?— pregunto al ex poderosísimo secretario particular, profesor Leopoldo Castro García, pues nadie podía tener audiencia personal o comunicación telefónica con el gobernador Maldonado si antes no hablaban con él.
“Para mí, no hay ninguna duda de que se trató de un atentado criminal, porque el profesor Caritino, en su gran ascenso en el gobierno, había despertado enorme celo político tanto en el Distrito Federal como en el estado de Guerrero”, me respondió a mediados del año de 1978 el profesor Leopoldo Castro. Persona cercanísima al fallecido gobernador, quien gozaba de su más absoluta confianza. Jamás un secretario particular de un gobernante guerrerense había tenido tanto poder en sus manos como don Leopoldo Castro, quien falleció en la década de los ochentas.
Y en efecto, el rápido ascenso político de Caritino Maldonado –nacido el 5 de octubre de 1915, en un pueblo “perdido de la Montaña de Guerrero, Tlalixtaquilla”—, se inició en el año de 1946 cuando fue designado secretario general del Sindicato de Maestros; poco después fue nombrado presidente del Partido Revolucionario Institucional en Guerrero; luego fue diputado federal; para 1952 ya era el equivalente a secretario federal del Trabajo; en el año de 1958, su partido, el PRI, lo convierte en senador de la República, y en 1964 ocupó la Oficialía Mayor de la Secretaría de Salubridad y Asistencia.
En 1968 es “destapado” como candidato a gobernador de Guerrero, cargo que asume el primero de abril de 1969. Su período se interrumpe abrupta y trágicamente el 17 de abril de 1971 con la caída del helicóptero que se lo había prestado su “gran amigo”, el profesor Carlos Hank González, el líder del llamado “Grupo Atlacomulco”, y al cual pertenecía el malogrado gobernador guerrerense.
“Tengo evidencias de que a Caritino lo mataron”, me dijo en actitud reflexiva don Leopoldo Castro, durante la plática desarrollada en su restaurante “Bugambilias” ubicado a un costado de la carretera federal México-Acapulco, frente a los depósitos de cervecería “Corona”, en Chilpancingo, y al que yo acudía con frecuencia para, además de comer, escuchar sus sabios consejos sobre eso que llaman “política”.
En una de esas tardes y noches, le solté:
– Don Polo, ¿al profesor Caritino lo mataron o fue accidente?
– No hay duda, amigo Campuzano: a Caritino lo mataron…
– ¿Por qué?
– Su trayectoria política se construye con paciencia pero con rapidez. Ya había sido diputado, luego senador; oficial mayor y ahora gobernador… se llevaba muy bien con el presidente (Gustavo) Díaz Ordaz y, debo decir, no tan también con (Luis) Echeverría. Pero era gran amigo de Carlos Hank González, gobernador del Estado de México y regente de la Ciudad de México. De todas formas, Caritino iba para arriba; empujaba muy fuerte en la política nacional y no se diga de Guerrero.
– ¿Por qué atentaría contra él?
– Bueno, ya te dije por las cosas e intereses de la política… pero en cuanto a su trágica muerte, hay muchas evidencias, por no decir ‘cosas extrañas, demasiadas extrañas’. Por ejemplo, se dio la autorización para que el helicóptero despegara ya muy tarde de la Tierra Caliente, en horas prohibidas para la navegación aérea en un aparato tan frágil ante los fuertes vientos que suceden al caer el día en esa zona. En Ciudad Altamirano, al piloto Héctor Humana –que era del estado de México y no conocía bien a bien el mapa del estado de Guerrero— le señalaron otra trayectoria y tomó esa ruta, una ruta muy peligrosa, precisamente, por donde hay enormes cerros… grandes montañas. Luego sabría yo, que al aparato le combinaron gas-avión con gasolina que se usa para los automóviles. Y así, por más que le acelerara el piloto, el helicóptero jamás alcanzaría la altura para esquivar los peligrosos y altísimos cerros y montañas, me confió el profesor Castro.
Cuando el maestro Leopoldo Castro dijo que las relaciones entre el gobernador Caritino Maldonado y el presidente Luis Echeverría “no eran tan buenas”, se refería a que el fallecido gobernador había apostado por Emilio Martínez Manatou –secretario de la Presidencia en el régimen del presidente Gustavo Díaz Ordaz—, cuando el ajetreo y presiones de la elección presidencial del 1970. “Equivocándose Caritino, gravemente”, porque el “dedo presidencial” apuntó hacia Echeverría, secretario de Gobernación también en el gabinete de Díaz Ordaz y uno de los más directos responsables, en octubre de 1968, de la matanza de universitarios en Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas, en la Ciudad de México.
Publicada en mayo del 2014.