**¡Qué historias!
Por Andrés Campuzano Baylón
@noeaka003
Acapulco.- Era el año de 1973. Tenía 17 años. Cursaba el bachillerato en la Preparatoria 7 de la Universidad Autónoma de Guerrero. Junto a Arturo Rivera –que desde hace años es piloto de aviones comerciales– hacíamos un periódico estudiantil muy picudo, se llamaba “El Dedo”. El periódico quincenal pronto por su popularidad y arrastre (que no arrastrados) se volvió semanario e incomodó a varios rectores y autoridades universitarias.
“El Dedo” llamaba la atención porque lanzaba furiosos señalamientos en contra de todos los corruptos: los que se decían de izquierda, chupamaros, troscos, maoistas, gobiernistas tapados, porros… en fin, no dejábamos “títeres sin cabeza”.
“El Dedo” era un periódico universitario, inédito en esos tiempos peligrosos por los constantes enfrentamientos entre el gobierno del estado y los rectores. Pero nos dábamos tiempo para denunciar a funcionarios del PRI y a sus gobernadores, Israel Nogueda y Rubén Figueroa Figueroa. Ahí trabamos relación con el cantante José de Molina. Iba a acelerarnos con sus canciones de protesta, como también nos choreaban Pablo Sandoval Ramírez, Fernando Pineda Ménes y Guillermo Zamora. Aquél nos encendía con sus cánticos revolucionarios. Estos nos pusieron armas de a de veras y defendimos de los porros día y noche a la prepa 7; los porros gobiernistas asaltaron la autonomía de la UAG pero jamás lograron tomar nuestro bastión, la escuela que lleva el nombre de Salvador Allende Gossens. Ellos querían tirar al rector Rosalío Wences Reza. Nosotros lo vimos como una violación a la UAG.
En “El Dedo” decíamos todo esto.
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Nuestra publicación llamó pronto la atención de don Humberto Tejedo, don Pedro Huerta Castillo, Rodrigo Huerta Pegueros; don Carlos E. Adame y don Baldomero Arizmendi Vázquez. Todos éstos involucrados en la radio, prensa y en el gobierno municipal porteño.
Como nuestro periódico circulaba sin directorio de quiénes lo hacíamos, lo editábamos, un día tanto Rodrigo como Baldomero nos retaron a que diéramos la cara. “Que tuviéramos valor civil”. Nos lo decían en sus medios. Aceptamos.
A Baldomero lo fuimos a ver a la XECI cuyas oficinas se localizaban a una costado del “Cine Variedades”. Nos abrió la radio. El señor Tejedo, nos dio voz en la XEKJ. A Rodrigo, lo vimos en el periódico “Revolución”, cerca del ayuntamiento, en el centro.
Pronto con Rodrigo hubo algo con lo que nos identificamos: juventud, rebeldía, escuchar rock y… que escribiéramos en su periódico.
Le tomé la palabra. Le dije que ya tenía un tema, sólo exclamé: “¡un tema chingón!”. Él, aprobó.
Al otro día me comisionó al fotógrafo don David Villagrán y nos fuimos a la calle de la Inalámbrica, allá cerca del legendario hotel Casa Blanca.
“Esta es la casa”, le dije a don David. “Hay que tomarle todas las fotografías posible, es digna de un gran reportaje”. Era la residencia del artista don Diego Rivera, inconclusa y abandonada desde 1957, año de su muerte. Rivera dejó la dirección del proyecto por afecciones cardíacas. La casa desde entonces quedó a merced de la delincuencia; de los ladrones de arte porque ahí había murales pequeños, que con mucha delicadeza cincel a mano se podían desmontar y hurtar.
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Don David, cual fotógrafo profesional y astuto, tocó la reja, nadie respondió, la brincó y capturó las gráficas. En tanto, en el interior y exterior, observaba con admiración en el techo de una de las recámaras inconclusas una paloma de la paz en mural de unos 2.5 por 2.5 metros; una representación enorme de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de 10 metros de largo decorada con caracoles brillantes; miré al Dios de la lluvia Tlaloc; las inscripciones y reverencias a “Exekatl kalli”; a un hermoso perro azteca de un metro y medio de largo por uno de alto con incrustaciones finas color café, quizá de mármol, a lo mejor de jade..
Don David tiraba flachazos por todos lados. Se hincaba, recostaba, tirado al piso; ningún ángulo se le iba Y aunque tendría unos 50 años de edad, Villagrán corría como chamaco cámara en mano, por toda la casa desde donde se mira la famosa Quebrada.
Estuvimos poco más de 2 horas. Nadie llegó a corrernos porque en la casa no se percibía presencia humana; garaje y pasillos estaban repletos de hojas secas. Aunque corre el viento suave por las mañana y muy fuerte por las tardes en la zona, una de la sección de la casa olía a humedad. Pero esos vendavales sin rumbo hacían que las hojas secas se levantaran en espiral y formaran mágicos y pequeños remolinos que tardaban sólo unos cuántos instantes.
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Con el material fotográfico y descripción del inmueble –hoy, en este 2016 se dice que el empresario Carlos Slim lo habría adquirido hace un par de años– llevamos la historia al periódico.
Con historia y trayectoria de Diego Rivera se preparó el material.
A Rodrigo Huerta lo sorprendió, pero mucho más a su señor padre, don Pedro Huerta, quien puro en mano miró las gráficas y luego leyó el material levantando a veces sus canosas cejas y sólo murmurando un…”mmmmhhhh…”, pues aunque muchos acapulqueños sabían de la estancia de Rivera en Acapulco, a pocos les interesaba ir por allá pues la Inalámbrica era una arteria olvidada, de terracería, despoblada. Muy poca gente vivía por el rumbo de esa gran loma donde se colocó en la década de los cuarenta las primeras antenas de transmisión que comunicó a Acapulco con el país y el mundo.
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El material fotográfico para selección se colocó extendido en dos viejos escritorios de la redacción, piso de madera, que estaba en la parte alta, encima de los talleres. Los miró don Carlos E. Adame, asesor editorial de “Revolución” y cronista de Acapulco. Exclamó, don Carlos: “¡Magnífico, trabajo!” Sin que me conociera me dijo –y de ahí nació una gran amistad–: de estos trabajos deben hacer los periodistas de hoy y mañana.
A mi edad estaba impactado, pero mucho más porque sólo de referencia sabía de la calidad intelectual de don Carlos E. Adame Ríos, quien había sido alcalde de Acapulco cuando el inicio del turismo del bellísimo puerto. Es decir, el comentario vino, pues, de un hombre culto y en su época de gran renombre y trayectoria política.
Rodrigo Huerta nos felicitó.
Al otro día “Revolución” imprimía a dos páginas el reportaje tanto gráfico como escrito. Traía en el cintillo de primera plana una llamada a 8 columna. “La mansión y millonarias obras de Diego Rivera, abandonadas en Acapulco”.
El periódico y Rodrigo me obsequiaron 200 ejemplares, mismos que, orgulloso –¡pues era mi primera incursión y bastante exitosa en el periodismo formal!— regalé a mis maestros Fernando Astudillo Castañón, Jorge Peñaflor Obregón, Alfonso Moreno López, a amigos, en mi barrio de La Fábrica; y familiares, entre otros.
El reportaje fue ampliamente comentado, sobre todo en radio.
En ese año, en Acapulco sólo había 3 periódicos: “Trópico”, “Revolución” y “La Verdad”. El “Novedades de Acapulco” que apenas había salido a la circulación, estaba en desventaja pues su redacción cerraba a las 2 de la tarde y los ejemplares impresos llegaban al otro día a las 9 de la mañana procedentes de la ciudad de México. Era un “diario” nulo, periodísticamente hablando.
Por ese tiempo, retumbaban en medios electrónicos un singular anuncio: “¡Se soltó el loooocooo! ¡Sí, Wences el loooco de la cueva está rematando: está regalando casi toda la ropa! ¡Está loco, Wences” Y, efectivamente, Wenceslao Peláez acaparaba el mercado de los pobres. Y la gente abarrotaba el negocio, en la calle Parián donde el amo del abarrote era don José Luis Torreblanca. El turismo generoso que siempre llega del interior del país, más de la capital, se orientaba y orienta hacia Caleta y a la Isla La Roqueta, por conocer al burro al que terminaron matando de cirrosis al excederle el consumo en los litros de cerveza.
Por ese tiempo ido, nostálgico, del añorado Acapulco, de lunes a viernes, don Andrés Bustos Fuentes ponía al tanto a la gente con sus comentarios y noticieros en la XEBB cuyas oficinas se localizaban cerca del entonces elitista “Woolwoorth”.
La “clase política y social y los afectos al licor” se emborrachaban enfrente, en el “Sanborns”. Ambientaba a la clientela con su muy afinado piano don Sergio Vázquez. Enfrente, en el muelle, en el “corazón” acapulqueño, bien ordenado, nada contaminado y nada obstruía esa parte hermosa de la bahía, el mero jefe de los estibadores era un hombre muy tratable y sencillo, el cetemista don Fernando M. Lluck, quien daba a hombres miles de empleos por el pulular de embarcaciones turísticas y de carga.
Todas las noches encima del “Sanborns”, o en el entorno, llegaban a lo que consideraban su hogar, a dormir en los cables de luz, cientos y cientos de golondrinas que no se sabe de dónde o que poder natural nos la enviaban como bendición, como gratitudes caídas del cielo; y hoy por el ruido y esas cosas del llamado “mundo moderno”, emigraron ya con el despunte del alba o con el crepúsculo; hermosos compañeros, unos acapulqueños más, que alegraban la vida, hacían olvidar penas; distraían de tanta maldad humana que pulula por el sitio de esa y otras zonas del puerto donde olía a mar y se escuchaba el lenguaje y murmullo indescifrables del rey marino; las golondrinas, hermosas aves que cuando duermen parecen petrificadas, hermosas esfinges congeladas en tiempo ancestral…, se han ido y ya no han regresado. ¿Algún día volverán?
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Volvamos en el tiempo al reportaje publicado en “Revolución” a la casa de Diego Rivera..
Ya publicado el reportaje, a los pocos días y que se había comentado profusamente el trabajo en radio, y entre sectores sociales y políticos pero sobre todo culturales del puerto, cayó en mis manos una nota del Instituto Nacional de Bellas Artes, era una entrevista a su director.
Sin dudarlo, por correo le envié 5 ejemplares a ese quien era el director, don Rafael Tovar y de Teresa.
A los pocos días de aquél año de la década de los setenta, Tovar y de Teresa, respecto al trabajo, me respondió. Dijo en una carta oficial que esas obras hay que preservarlas porque Diego Rivera pertenece a todos los mexicanos.
Anotó en su comunicación que me felicitaba porque mexicanos como usted, “se muestren siempre preocupados por nuestra historia, cultura y el arte”.
Publicado en el 2016.
