• La hora de la UAGro: modernización y unidad
• Parteaguas histórico, marcan Astudillo y Saldaña
Por Jorge Valdez Reycen
Debieron pasar 60 años para observar el cambio real de las relaciones entre gobierno y Universitarios guerrerenses. Tras muchos años, hoy fructifican en una alianza sólida, emotiva, sensible, estratégica y comprometida.
Debieron superarse atavismos, prejuicios, sectarismos y dogmatismos en la construcción de una nueva era de relaciones, primero humanas, luego políticas y académicas.
Javier Saldaña Almazán entronizó a Héctor Astudillo Flores como el gobernador en funciones en recibir un reconocimiento por la obra en infraestructura, pero, sin duda, la más valiosa, la que habla de la generosidad y el desprendimiento de un gobernante por la alma máter guerrerense, y que además la hace suya con orgullo, entereza e integridad.
Este trance es inédito, insólito e histórico, porque finalmente se marca el parteaguas de un pasado convulso, ríspido, de lucha social por el reconocimiento a su autonomía. Muchos de sus protagonistas, de hace cuatro décadas o más, atestiguaron lo que vive la UAGro con Javier Saldaña Almazán y sin duda, constituye su principal activo en su segundo periodo de rector: el entendimiento plural, la apertura del pensamiento libre.
La hora de la UAGro es la modernización, sin olvidar el pasado de confrontación, violencia y lucha por conquistar espacios libres, democráticos, incluyentes. El pasado, sí, significa el referente de una labor universitaria colectiva en pie de lucha, aún inconclusa, por la enorme brecha abismal de la miseria y pobreza padecida en Guerrero, como sino implacable, y sólo con la educación será superada.
Saldaña y Astudillo inauguraron hace unas horas lo que de manera discreta, pausada, delicada, sensible, construyeron desde hace cuatro años o más. Oficio político es lo esencial. No se entendería sin ese “feeling” llegar a estas circunstancias impensables en el pasado.
Astudillo emprendió desde el inicio de su administración edificar en los hechos, sin poses, frustraciones o amarguras una de las más cruciales, estratégicas y sólidas relaciones con el rector Saldaña. Se identificaron como paisanos chilpancingueños: cuya identidad y pertenencia a la tierra, los unió. Ese fue el punto de partida.
Vinieron los encuentros, los mensajes, la mano extendida, abierta, generosa de un gobernante en los momentos de mayor apremio financiero en la UAGro. Sin embargo, no hubo exigencia de nada a cambio. Ni sumisión, ni entreguismo; amistad y compromiso. Saldaña lo corroboró y eso venció a las voces escépticas, incrédulas, renuentes a admitir que venía en serio el apoyo del gobierno astudillista por una razón: su origen universitario en la Prepa Uno, donde estudió, donde se enamoró de su novia Merce y donde tuvo vivencias imborrables.
Son humanos los gobernantes. Esas relaciones fructifican tarde o temprano. Saldaña y Astudillo se identifican. El primero como un líder universitario consolidado por los grupos de poder al interior de la UAGro. El segundo como jefe de las instituciones en Guerrero. Ambos dejaron de lado dogmas y secuelas de aquella historia sin fin… ¡que sí tuvo fin!
Saldaña no podrá convencer a muchos de sus críticos y detractores, pero de su efectividad en la construcción de alianzas por la grandeza de la universidad no tiene descalificaciones. Esa fue la clave de su segundo periodo: unir, consolidar y planear el futuro. Ese trabajo de oficio pulcro en política lo ubica en el observatorio de una clase política como el liderazgo emergente.
Saldaña fue generoso con Astudillo, en reciprocidad. Y eso habla bien del sentido de la gratitud.
Ambos ya entraron a la historia de esas relaciones entre Gobierno-UAGro.
Debieron de pasar 60 años para verlo.
