Por Andrés Campuzano Baylón
Don Erasmo Morales Alarcón –de espectáculos EMA—, me envió 2 pases de cortesía para ver y escuchar en ese año de 1984 – cuando estaba muy de moda—, al ‘Príncipe de la canción’ José José, que actuaría una sola noche en el palenque de Chilpancingo.
Gran empresario dedicado a espectáculos en palenques, don Erasmo “dignificó” ese negocio en la capital de Guerrero, pues traía a los artistas más famosos del momento a actuar en una plaza considerada modesta.
Presentó en Chilpancingo, en varias ocasiones, cada mes de diciembre, a José José, Alejandra Guzmán, Vicente Fernández, Ricardo Arjona, Paquita la del Barrio, Pablo Montero, Caifanes, y también a cómicos como Jorge Falcón, Polo Polo, Vitola y Los Xochimilcas, entre otros.
Comparado con el palenque de Puebla, manejado por espectáculos EMA, en Chilpancingo el cupo apenas era de 2 mil espectadores y allá ¡de 6 mil!
José José estaba entonces en la cima del éxito. Cada nueva producción, es decir, la salida un nuevo disco, era ‘tiro por viaje’: un rotundo éxito.
Sus canciones: Ya lo Pasado Pasado, Gavilán o Paloma, Vamos a darnos tiempo, Preso, Lo dudo, sonaban fuerte en televisión y radio. Las ventas de sus discos eran por millones y millones de copias.
Los boletos me los enviaron con 5 horas de anticipación al “show”. No tenía con quién ir. Me acordé de mi amigo, el maestro, politólogo y enorme intelectual, don Leoncio Domínguez Covarrubias, qepd, quien decía que él “siempre era materia dispuesta para la aventura”.
Una breve llamada telefónica y todo resuelto. Leoncio pasó por mí a la oficina y en unos cuantos minutos, con palenque abarrotado “hasta el tope”, ya estábamos en primera fila y tomando whisky escocés mirando la pelea de gallos.
A la media hora que llegamos, un presentador del show del ‘príncipe de la canción’ dijo: “Señoras y señores, con ustedes, ¡el Príncipe de la Canción!”. Y desgañitándose: “¡Con ustedes, José José!”
Clap clap clap clap clap clap clap clap…
Si fueron 5 minutos del estruendo de aplausos, fueron pocos…
Tres grandes “cañones de luces” fuertes, muy fuertes que hacían que pareciera de día esa medianoche, enfocaron hacia arriba, hacia los camerinos y bañaban las escaleras por donde descendió el famoso artista, en una impactante demostración de “última tecnología” en escenarios de espectáculos nocturnos.
Y ahí apareció el Príncipe… impecablemente vestido de smoking negro, zapatos negros de charol, brillosos; copa de coñac en mano, bajó con lentitud… la gente, sobre todo las mujeres, al verlo le gritaban de todo: “¡Papacito!”, “¡Eres mi hombre!” ¡”José José, hazme el amor”! “¡Mira, cómo me tienes!”
El cantante sonreía y mientras descendía por las estrechas escaleras, les enviaba besos con los labios y con las manos tocándose el corazón. Ya en el centro del escenario comenzó a cantar, cantar y a cantar, casi todo lo que les pedían las mujeres. Cada canción que iniciaba era vitoreada a raudales. Eran cascadas de aplausos. No era casual: José José estaba en la cima del éxito tanto a nivel nacional como en el plano internacional.
Como todos los artistas en show, se acercan a las primeras filas y luego con la mirada “panean” al público. Ésta no fue la excepción, en una de esas, medio “picado por el licor” nos miró, y con su copa brindó con nosotros. Leoncio casi se paró de su asiento para brindar y “hacer sonar los cristales”.
“¡Pepe, estamos a tus órdenes!”, le dijo el maestro Leoncio.
Con toda cortesía, el artista, devolvió: “¡Muchas gracias, hermanos!”
José José siguió cantando en un show que se prolongó por casi 3 horas. En un momento saqué una tarjeta personal y le escribí: “José José, los periodistas aquí presentes, estamos orgullosos de tu arte y tu éxito. Con seguridad, todo México está igual que nosotros. ¡Muchas Felicidades!”.
El cantante alcanzó a mirar que le escribí alguna comunicación. Entonces, cuando en pleno show cantaba Lo Dudo, le mostré la tarjeta, y en un espacio de la melodía se abalanzó hacia mí. Creo que pensó que le estaba solicitando uno de sus tantos éxitos. Pero al leerla me miró e hizo un gesto de agradecimiento. Leoncio le dijo a lo lejos: “¡Es de mi parte, Pepe!”.
Terminó el show con dedicatorias de varias canciones hacia el público, José José entre un torrente de vivas, vítores, aplausos se despidió y fue al camerino.No había pasado ni 3 minutos, cuando corriendo, presurosos, agitados, llegaron dos guaruras del equipo de seguridad de El Príncipe de la canción. ¡Hey! ¡Ustedes, los periodistas!, los espera José José en el camerino.
Leoncio me grita: “¡Campuzano, José José nos llama! ¡Quiere vernos! ¡Vamos! ¡A prisa, a prisa!
Y entre un remolino de personas y obstáculos y dificultades para desplazarnos, llegamos a la parte superior del camerino.
Nos abren la puerta, pero resulta que el artista había salido por un acceso trasero del palenque, que está acordonado por vallas metálicas y decenas de policías. Mucha seguridad. Los gendarmes mantienen a raya a la multitud que quieren estar presentes y ver otra vez y de cerca a su ídolo.
Uno de sus asistentes grita cuando José José está a punto de subir a la camioneta suburban:
“¡Hey! ¡José, aquí están los periodistas!”
El artista voltea y aprueba que nos acerquemos a él.
Leoncio embiste, me desplaza con su panza y se adelanta:
“Pepe, los auténticos periodistas, ¡te queremos, admiramos… eres un grande en la música universal!
Se dan la mano y se abrazan. Luego, el artista hace lo mismo conmigo.
“Gracias, muchas gracias, porque ustedes representantes de los medios de comunicación han sido un fuerte impulso en mi carrera. Gracias de corazón.”
Leoncio: “De nada, Pepe, los periodistas –auténticos periodistas, que conste— valoramos tu arte…”
Sentada en el asiento trasero de la lujosa camioneta, una mujer joven, blanca, rubia, muy atractiva y hermosa, mira la escena fijamente y en silencio.
Uno de sus tantos asistentes, le da una copa de coñac, el Príncipe se la toma como si fuera agua, de “un golpe”.
Leoncio le sigue contando de sus éxitos que “nos tiene impactados a todos los periodistas tanto de Chilpancingo como de Guerrero”.
En unos segundos, el Príncipe abraza a Leoncio, se recarga en el cuello del maestro y sin razones aparentes, suelta el llanto. Como un niño, José José, llora y llora. Leoncio lo calma.
José José: “Lloro, porque Anel (su ex mujer) me quitó la patria potestad de mi hija… ¡no se vale!”
Y el artista siguió llorando. Desde lejos los fans ignoraban las cosas que se daban.
Leoncio trató de consolarlo y con voz entrecortada le dijo a la estrella musical: “Calma.., Pe…pe, e…esas cosas suelen ocurrir; a …mí ¡me han quitado a 7 hijas!, y aquí estoy, ¡entero! ¡Sin doblegarme!”
Luego, José José, tomó la mano de Leoncio y le dio un beso en ella. El maestro –como marcan los cánones de la “alta sociedad”— le devolvió el cariño.
El famoso cantante me extendió su mano e hizo igual: me dio un beso en mi mano derecha.
Yo, sin saber qué hacer –pero tenía que devolverle “el cumplido”—, le tomé su mano y le planté, ¡pues otro beso… pero en la mano!
Las cientos de chicas que miraban la escena detrás de las vallas, no se aguantaron. Gritaron a todo pulmón en esa fría madrugada de diciembre:
“¡José José!: ¡Ven a darnos todos los besos a nosotras, y no a ese par de jotos…maricones
