Por Andrés Campuzano
@andrescampuzano
Fotografía: Socorro León
En una entrevista con la televisión francesa, Rubén Figueroa Figueroa -gobernador de Guerrero- comentó que su madre le enseñó a no tenerle miedo a los muertos, que de los que se debía cuidar era de los vivos.
De la historia surgida entre relatos familiares: un muerto que revive, una mujer cuya alma pena en la capital del estado y la aparición –eso aseguran- en el Rincón de la Vía del mismísimo dueño del tártaro. Las leyendas y mitos son parte fundamental del folclore mexicano.
Estoy seguro estimadas amigas y amigos, que en algún momento de sus vidas algunos familiares o amistades les han contado algo verdaderamente excepcional, una maldición o bendición; son vivencias que estremecen o perturban.
La Hiel
Me lo contó mi padre y a él el suyo. Delfino Campuzano fue un hombre alto, media casi dos metros y era corpulento, su pasión fue la música y su inseparable compañero era un saxofón. De la música también vivía pero más que un oficio era un deleite para él. Su trabajo permanente era en la fábrica del hielo ubicada en uno de los barrios históricos de Acapulco.
Una tradición que va menguando es la de velar a una persona fallecida en su domicilio, en el siglo pasado esto era algo común. Un tío de mi abuelo había fallecido y como también es costumbre en un velorio hay una hora “pico”, con muchas personas y en determinado momento de la madrugada pocos quedan. Delfino Campuzano se sentó frente al ataúd donde descansaba su tío, la luz de las veladoras iluminaba perfectamente la sala.
Algunos familiares habían ido a dormir, los pocos que quedaban se encontraban afuera platicando, fumando y bebiendo café. Mi abuelo revivía en su memoria los recuerdos con su familiar. De pronto, el cuerpo se ve fue levantando hasta quedar inclinado, los ojos del “difunto” no eran rojos, ni sus cuencas estaban vacías al observar a mi abuelo le dijo: -“Hijo dame un vaso con agua, tengo sed”.
Don Delfino no se inmutó. Extendió su mano tomó una jarra, un vaso y sirvió el agua y tranquilamente esperó a que su tío terminará de beber y al hacerlo le devolvió el vaso y espetó: -¡Gracias hijo! Y se volvió a recostar en su ataúd.
Jamás se refirió al acontecimiento como un suceso paranormal, se limitaba a “razonar” que era la hiel, que por eso necesitaba tomar agua para descansar. Y siempre les dijo a sus hijos: “A los muertos no se les tiene miedo, a los vivos sí”.
El Diablo en el Rincón de la Vía
El rincón de la vía pertenece al municipio de Chilpancingo de los Bravo, tierra extensa que desparrama tradición y alegría, nicho de fortaleza y respeto a la naturaleza. Me reciben en su casa Doña Socorro Calvo y su esposo Justiniano de Jesús, con platillos intensos, ricos acompañados con agua fresca parpadeante para mitigar el calor, platicamos de todo hasta que un tema resulta provocador: -“custodiada por una cancha de fútbol al frente de la iglesia local se encuentran los vestigios de una cueva, una parte de la misma es un improvisado basurero, en la parte de arriba se observa una figura religiosa grisácea y tupida de polvo y telaraña, son muchas las personas del pueblo que afirman que desde esa cueva se escucha voz que hipnotiza y clama por la atención de quien pasa por ahí”.
-“…una mujer se encontraba haciendo sus ejercicios rutinarios dándole vueltas a las marcadas grietas de la cancha, de pronto la sensación de no estar sola la fue invadiendo, la soledad que sentía se fue alejando y de golpe un griterío azota sus oídos acompañado de un fuerte soplido en su cabeza que la hizo correr hasta el confín del pueblo, los ejercicios se suspendieron temporalmente”.
Otra rara experiencia que le contó un velador de una casa – la única en ese lugar- fondeada alrededor de la presa, una edificación que desde una sana distancia invita a todo menos a acercarse.
-“…fue durante una de tantas noches que el velador tenía que recorrer con lámpara en mano los alrededores de la casa con el fin de espantar a cualquier persona que intentara introducirse porque es un pueblo muy grande -en extensión territorial- y de noches oscuras, unas que enceguecían la rutina -de espantar y no ser espantado– atípica por el aullido de los perros a la lejanía. Se vislumbran sombras corriendo entrela maleza, voces ensordecedoras que anuncian maldad y burla; el velador tiene la valiente y fría intención de enfrentar a quien fuese y desanduvo su camino a unos metros de la entrada de la casa, va abriendo los ojos cada más y más, se aproxima ante él una sombra disforme, grande, muy grande que su paso se desdibuja, se va retorciendo, su andar es lento y mastica palabras y sollozos en un idioma ajeno para el velador que intentar iluminar la pletórica oscuridad del ser con su lámpara sorda sin conseguir éxito alguno, la sombra despide un olor que opaca el aroma tenue del huele de noche, de flores se transita a un olor a podredumbre guardada en una caja de madera.
Cada vez más cerca la sombra está y puede apreciar el velador en la sombra una densa cabellera, facciones gruesas pero extrañas a cualquier raza conocida, labios pronunciados que se mueven frenéticamente, que dicen todo y nada, parece sonreírle y queda envarado con el desasosiego y las profundas ganas de correr por la brutalidad del encuentro, se ha recargado en la pared de la casa en su recorrido inverso, resiente su mundanidad y el horror le paraliza, la mirada de esos ojos profundos, hoscos y de una asombrosa familiaridad para el velador que comienza a tartamudear;
– ” P a – p a – p á d r e nuuuuestro, que queeeeeee estás…
Vengaaaa a nosooo, noosootros túuuuu reinooo….
La sombra ensaya un silencio y ha quedado instalada en una sepulcral quietud, de pronto mueve la cabeza hacia el lado derecho, regresa al izquierdo e interrumpe el rezo del trabajador con la dualidad de un tono de voz grueso y a la vez agudo y lleno de rencor va arremedándole: -“Venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad”, acompañado de un inexplicable eco, desigual y desafinado repitiendo una y otra vez el rezo. Y eso prefiguró la mueca de horror en el pobre velador que antes de materializar la fuga casi se desmaya cuando escuchó la pregunta y su nombre: -¿Quién soy, Juan?
El alma del velador se le iba al correr por las lajas de cantera dispuestas a la salida de la propiedad, ardía en él un extremo pavor por lo sucedido, no podía dejar de correr por la estrecha y oscura carretera federal, los callos de sus pies se le van deshaciendo dolorosamente por lamagnitud del impacto al querer levitar, al llegar a la puerta de su casa permaneció inmóvil por varios minutos, abandonó su trabajo sin dar mayor -y sin recoger algunas cosas que había olvidado- explicación a su patrón.
La casa hasta la fecha sigue despidiendo esa brisa lúgubre que zarandea a todo el que la escucha por primera vez. Se mantiene la casa vacía desde hace años.
¿Gustan rentar o comprarla amigas y amigos?
La mujer de negro
Recuerdo cuando leí esta leyenda en el libro del escritor y periodista Félix J. López Romero. Fue al final de 1862. Acaparó, por su belleza las miradas de todas las personas en la antigua Plaza de Armas, frente a la iglesia de Santa María de la Asunción. Se llamaba Beatriz Sandoval y Espinosa, su domicilio se ubicaba en la calle Rea hoy conocida como Avenida Guerrero.
Beatriz, de tez blanca, ojos morunos con cejas enormes y arqueadas; de boca menuda y dentadura blanca como las perlas. Su cabello ensortijado caía como cascada sobre sus hombros, cuello largo que le daba un aire de constante altivez, de brazos bien torneados. Vestía finas ropas y constantemente de color oscuro por eso hábito la gente de Chilpancingo empezó a llamarla la “mujer de negro”.
La alameda Granados Maldonado en Chilpancingo de los Bravo, Guerrero.
En esa época la capital era Tixtla, Chilpancingo era una pequeña ciudad. Será el Mayor y jefe de tropa Pedro Guillemout, quien se enamorará de doña Beatriz durante su estancia en Chilpancingo. Tras un corto período de cortejo, la pareja contrajo nupcias en la iglesia de la Asunción. A poco menos de un año de su matrimonio tuvieron un hijo, de tez blanca y cabello rubio, pero algo andaba mal. El pequeño no era juguetón, ni reía y parecía no escuchar. Un médico confirmó las sospechas el niño: era sordo, mudo y tenía disfunción intelectual.
Lo que en principio fue dicha, se convirtió en un constante martirio debido a los múltiples reproches que recibía Beatriz de su marido que al poco tiempo abandonó a los dos. El trauma fue significativo para Doña Beatriz, quien se fue marchitando y deambulaba por las calles sucia, ausente y por esa demencia asesinó a su hijo para luego ingerir veneno y suicidarse.
Esa noticia conmocionó a los habitantes de Chilpancingo y doña Beatriz fue sepultada en un panteón humilde al que se enterraban personas desconocidas o indigentes.
Pocos días después de cometer suicidio y asesinar a su vástago la mujer de negro fue vista otra vez y los que la veían apresuraban el paso o quedaban pasmados en la Alameda. Ataviada en su fino vestido negro, olorosa a perfume, arrogante y cargando a un niño en los brazos. Su alma, estaba penando.
Por eso se recomendaba a la gente no salir después de las once de la noche. Fue de tal magnitud el rumor, el pánico y la zozobra entre las personas que tuvo que venir monseñor Ambrosio Serrano Rodríguez -primer obispo de la diócesis de Chilapa- para bendecir la tumba de la mujer de negro y rociar de agua bendita la Alameda. Y la mujer dejó de aparecerse o al menos esos confirmaron las personas de esa época.
Relatos extraordinarios, vivencias anacrónicas. Todavía recuerdo 3 relatos de este tipo y pronto se los compartiré.
Algo inquietante es, ¿qué pasaría si fuéramos testigos de sucesos extraordinarios?