Cultura

Por las palabras se conoce a nuestro corazón

Por Juan Sánchez Andraka

Las llamábamos “malas palabras”, “picardías”, “disparates” o, sencillamente, “palabras mal sonantes”. Sonaban mal. Lastimaban los oídos.

Había muchos que las usaban. Por sus palabras mostraban su nivel.

No se usaban en las películas, ni en el teatro, ni en ningún espectáculo. Hombres y mujeres cuidábamos nuestro vocabulario porque sabíamos que, por nuestras palabras, se conocía nuestro corazón.

Así era en los años cuarenta, cuando yo era niño. Ahora, en el siglo XXI, esas “palabras mal sonantes” están en todas partes. La vulgaridad en el lenguaje es la carta de presentación de estos tiempos. El vocabulario de hoy es así porque la frivolidad, la superficialidad, la carencia de valores y la falta de amor han inundado el corazón de todos. Las palabras que decimos son producto de lo que tenemos en nuestro interior. En la familia, en la sociedad, en la política, en todas partes, hay vulgaridad en el decir. Ya no hay valor en las palabras. Las palabras han perdido su significado. Se habla de amor cuando no lo hay. Se habla de honradez, honestidad y verdad cuando son estos valores los que están ausentes. Las promesas son palabras sin resultado. Con las palabras se hiere, se desprecia, se maldice. Con las palabras se alaba, se estimula, se expresa el amor y otros sentimientos positivos.

Las palabras enferman. Las palabras sanan.

Todos tenemos presente a Jesús, nacido en Belén. Es el hombre que más ha influido en la humanidad. No tuvo ejércitos. No tuvo riquezas. No escribió libros. Sin embargo, conquistó al mundo con el poder de sus palabras. Son sus palabras las que por muchos siglos estarán presentes en los humanos. Son sus palabras las que han encaminado a millones de hombres y mujeres. Es la fuerza de sus palabras la que estará presente siempre.

Es el lenguaje lo más valioso que tenemos. Es el lenguaje el que más hemos contaminado. Hemos borrado el significado de las palabras. No tienen valor.

Se vulgarizó el lenguaje porque la mente y el corazón de hombres y mujeres son vulgares. Las palabras no tienen poder, ni significado porque la mente y el corazón de los humanos están vacíos.

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