Tengo una sobrina que es maestra. Es muy joven. Tenía su trabajo en el Estado de México. Su esposo vive en Guerrero. Es madre de dos niños. Una de ellos recién nacido. Logró que la enviaran a Guerrero y acudió a mí para pedirme que la ayudara a gestionar que la ubicaran en la zona norte, en el municipio donde viven su esposo y sus padres. En el municipio que ella nació. Es un municipio alejado y poco solicitado. No pretendía estar en la cabecera. Pero si en esa zona que ella conoce y ama. Acudí a una gran amiga que es funcionaria importante de la SEG. Con mucho entusiasmo habló donde debía y nos dio esperanzas. También hablé con el delegado de la zona norte. Amablemente me orientó. Acudí al subsecretario de… me prometió hacer lo posible. No se pudo. Le dieron a escoger un poblado de Metlatónoc o uno de Tierra Caliente en los límites con Michoacán. ¿Por qué no se pudo? Porque los sindicatos exigen que las nuevas asignaciones sean a lugares muy apartados. Eso lo comentó un viejo maestro a quien le comenté mi fracaso.
He pensado que deberían ubicar a los maestros en las zonas de las que sean originarios. Mi sobrina conoce y ama a su terruño. Conoce pueblos de la zona y conoce gente. Allí ejercería el magisterio con amor, con conocimiento y con la confianza de las familias. Además, mi sobrina estaría permanentemente en el lugar que le asignaran porque tendría cerca a su esposo, a sus hijos, a toda su familia. Esto le daría más capacidad.
Yo he vivido en comunidades rurales. He sido testigo del total desapego de los maestros. De la total incomunicación con los padres de familia y del poco interés en relacionarse con los habitantes. Muchas veces no llegan. Cuando cumplen con su horario, se van rápido. No hay relación entre comunidad y maestros. Por supuesto debe haber excepciones, pero son poquísimas.
Considero muy grave que no se ubique a los maestros en la zona de su origen. Si eso fuera, el magisterio sería promotor de desarrollo porque el conocimiento de gente y territorio les daría capacidad para promover mejoras materiales, emocionales y espirituales. Serían verdaderos maestros.
La crisis de la educación es por el total desapego de los maestros con la comunidad en que laboran. Muy pocos habitantes los conocen. Muchísimos de los maestros solamente conocen la escuela. Allí llegan. De allí salen corriendo.
Yo pienso que, sobre todos los jóvenes recién egresados, deben laborar en su propio terruño, en esa zona. Es el lugar que conocen. La escuela y el hogar serán, juntos, el agente educativo más eficaz. Educar a los niños debe ser una actividad plena de amor. Solo se ama lo que se conoce. Todos conocemos muy bien y amamos mucho a nuestro terruño.
Sierra de Guerrero. 2013. Fotografía: Andrés Calvo Salazar.