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De la disciplina en el aula y la comunicación en el hogar, así fue…

En segundo de primaria ya sabíamos leer, las tablas de multiplicar y teníamos conocimientos de historia de México, geografía y geometría. En segundo llevábamos libros. De esos libros recuerdo “Poco a Poco”, “Rosita y Juanito” y “Corazón, Diario de un Niño”. La gramática de Marín estaba repleta de relatos y poesías. Teníamos un libro especial. Era la “Historia Sagrada de F.T.D.” Era un libro religioso. El Colegio Morelos era católico y asistían alumnos de todo el estado.

La entrada era a las nueve de la mañana. Debíamos asistir ya con desayuno y almuerzo. En todas las casas papás e hijos desayunaban, comían y cenaban juntos. Era la mesa en la que se comía el lazo de unión familiar. Allí se platicaban inquietudes, anhelos, problemas y todo lo que los hijos y padres deben platicar. En las noches, a la luz de las velas y candiles, los papás desgranaban la historia familiar. La mesa era el lugar de reunión y de comunicación. Esa mesa en estos tiempos ya no existe.

Para entonces ya usábamos cuadernos, manguillo, papel secante y tintero. Los pupitres eran para dos alumnos.

Los papás y los maestros estaban en comunicación constante. Esta comunicación provocaba que ellos aplicaran la disciplina adecuada a nuestra conducta. Los castigos físicos eran frecuentes, pero, también, la orientación y los consejos.

Entrabamos a las nueve. Salíamos a las doce. Comíamos en esa mesa familiar -hijos y papás-. A las tres volvíamos a clases y salíamos a las cinco.

Este horario no nos separaba de la familia en las comidas. En todos los hogares había convivencia en esa mesa que hoy ha desaparecido. No creo exagerar al afirmar que el cambio de ese horario es uno de los factores del alejamiento de papás e hijos.

Las escuelas oficiales tenían el mismo horario y allí, también, había disciplina y comunicación entre papás y maestros.

La mayoría de los maestros eran ejemplos de conducta.

Así fue.

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