Por Jorge Valdez Reycen
· De la mano con el caos, vino el pillaje
Un escenario totalmente distinto se observa en el gobierno de Héctor Astudillo Flores, en el tránsito de su sexto año de gobierno.
El lejano y convulso año 2014 preñado de incertidumbre, con una crisis sin precedente en seguridad, gobernabilidad y ataques frontales a la vida institucional, nunca antes vista, fue la “herencia maldita” de una década perdida en la fallida transición o alternancia democrática.
Hoy, es referente inmediato de que los guerrerenses no pueden, ni deben, olvidar o soslayar. Seis años de un trabajo extenuante, incansable, sin pausa, recobrando lo más valioso de todos los surianos: la libertad.
Convocados bajo una premisa sólida, incluyente, lejos de sectarismos y voluntarismos: Guerrero nos Necesita a Todos, fue, y es, el punto de partida del reencuentro, entre todos los grupos, todos los “fierros sexenales” y todas las ideologías, porque todos caben en el aporte para recuperar la vida institucional maltrecha, desmoronada y angustiosamente extraviada.
Con humildad se comenzó a trazar la ruta de la reconstrucción, cuando aún humeaba el edificio “Tierra Caliente” del Palacio de Gobierno y las sedes partidistas habían sido blanco del encono de vándalos, cuyo argumento o recurso final de su fallida embestida, tuviera el eco de una sociedad escandalizada, atemorizada e indignada por la parálisis gubernamental ante el oprobio y el caos.
Abrir Casa Guerrero para la violación tumultuaria de hordas feroces con aerosoles, fue la mayor omisión y complicidad imperdonable. El robo de ciervos y venados, con pavorreales, fue parte de ese botín de guerra impune, cuya memoria no olvida.
De la mano con el caos, vino el pillaje. ¿Cómo olvidarlo?
Astudillo no buscó emprender una cacería de brujas, ni tampoco repartió culpas. No se enfrascó en la animosidad de un momento de por sí álgido, incierto, volátil para la tranquilidad social. Llamó a todos a la armonía y el trabajo. Reconstruir todo, de cero… casi.
Primer lugar en homicidios dolosos. Primeros lugares en todos los delitos de alto impacto social. Guerrero era el escenario definido por la picaresca morbosa como “la rifa del Tigre”.
Hoy se mira lejano aquel momento de crispación. No recuerdo peor escenario político, económico y social de profunda crisis de gobernabilidad que haya tenido un gobernador de Guerrero.
Astudillo debe estar razonadamente satisfecho de lo alcanzado en su gobierno en aquel rubro que parece haberse olvidado, pero que fue la piedra angular donde cimentó su obra política: la política.
He sido testigo directo –sin falsa modestia— de los relevos sexenales desde Don Alejandro Cervantes Delgado con José Francisco Ruiz Massieu. Con Rubén Figueroa Alcocer y aquella portada en “Proceso” de la matanza en Huautla…
Ángel Aguirre Rivero en la primera sucesión por elecciones internas en el PRI donde 7 precandidatos disputaron en urnas la candidatura priísta, en un hecho histórico y sin precedente.
René Juárez Cisneros y la transición con Zeferino Torreblanca Galindo… La entrega a Ángel Aguirre Rivero de una administración de corte gerencial, teñida en sangre por el crimen de Armando Chavarría. Y el horror de un puñado de normalistas de Ayotzinapa empujados por criminales para ser carne de cañón en sus vendettas de odio y muerte, como epítome de lo que dejó esa tragedia.
Astudillo rompió con aquel canibalismo rampante, de una clase política proclive a cada sexenio autodestruirse. Y sí, también, impone nuevos usos en la política; se aleja del discurso impulsivo, soez y contestatario y llama al entendimiento entre todos.
Héctor Astudillo tuvo el acto más digno de un gobernador en décadas, al reclamar al presidente de la República una grosería planeada por quien “es el promotor del odio y del rencor”… “nos equivocamos contigo”…
Todo eso es historia. El escenario es totalmente distinto.
Astudillo entregará otro Guerrero al que recibió. Y eso será histórico, por donde lo vea el lector.