Por Florencio Salazar Adame
La Revolución Mexicana repartió tierra, alentó la organización de los trabajadores, impulsó la educación popular y gratuita, creó servicios de salud de calidad mundial, reivindicó los bienes de la Nación como el petróleo y la electricidades.
A través de acuerdos políticos dio cauce a la gradualidad democrática, se concedió el voto a la mujer, se configuró el pluripartidismo, el padrón y la credencial para votar con fotografía, se crearon órganos electorales imparciales, lo que hizo posible la alternancia pacífica del poder.
Logró la democracia y mantuvo la vigencia de las instituciones con paz social, en un continente caracterizado por los cuartelazos.
Su déficit es la justicia social y ha sido la desigualdad, la revolución tecnológica y la globalización la que la tiene a punto de ser colocado en una vitrina.
Depende de que su vástago político se regenere o perezca. Enorme desafío enfrentan el PRI, que ha sido la escuela política de líderes que hoy están en todos los partidos.
El ADN de la Revolución está prácticamente en todos los cuerpos políticos del país.
El tiempo es corto y la tarea mayúscula: pasa a su cuarta etapa o se acaba.