• Buceo acuático nocturno en Acapulco
• A la memoria de mi amigo Beto Fares
Por Jorge Valdez Reycen
La tarde-noche, con sus rojos escarlatas, matices en rosa y naranja, nos sorprendió cargando los tanques de buceo en el malecón.
Casi a las 8 el motor de la lancha rugió. Beto “El Delfín” Fares, con los buzos profesionales que ahora mismo están en Playa del Carmen, conquistando la Riviera Maya, enfilamos a la ensenada de los presos, a la vuelta de la piedra del Elefante. Íbamos 4 a bordo, al buceo nocturno.
Una experiencia llena de adrenalina.
La luna tenía que estar en lo alto, algo así como a las 10 de la noche, para iniciar el descenso por la línea. El sitio era donde naufragó el galeón español que fue robado por piratas y rebautizado como “El Corsario”, y que es una más de las reliquias perdidas en el fondo del mar de Acapulco… y llevan años.
Beto revisa el equipo: lámparas de mano, cuchillo en su funda atado a la pantorrilla, una red y el oxígeno en el tanque para una inmersión de 40 minutos. El manómetro debe estar ajustado. Los plomos atados al cuerpo, como un cinturón. Y el palpitar del corazón para sumergirte en el mar, en una total oscuridad… y silencio.
–No tengas miedo. Aguanta 5 minutos. Agárrate de la línea y prende la linterna. Recuerda: no sientas pánico y aguanta… luego vas a sentir… apúrate chingao! Son las últimas indicaciones del “Delfín” Beto Fares, en una de aquellas épicas e inolvidables clases de buceo nocturno.
A los 60 pies de profundidad, la lámpara es como una espada de rayo láser en medio de la oscuridad. No ves… sólo oyes latir tu corazón y la presión en los oídos la tienes que aminorar soplando y apretando las fosas nasales al mismo tiempo. Un chasquido en los tímpanos alivia el dolor. Más adentro: 80 pies… y bajando.
Las rocas y los restos del navío son iluminados por Beto. Me pregunta con la seña universal del “ok” juntando los dedos pulgar con índice. Yo le contesto: alzo el pulgar.
La temperatura del mar es de 18 grados. La luna a esa profundidad es como un foco en la superficie.
Avanzamos 60 metros y entre las rocas, dos lucecitas reflejan la luz de la linterna. Son decenas… eran langostas. Mi temor era que anduviera rondando algún animal que en 1972 inspiró a la película que rompió récords en su tiempo: Tiburón.
La respiración se vuelve acompasada, respiras y exhalas… revisar el manómetro de la presión es obligado. La inmensa negrura del mar es aterradora.
Beto utiliza una liga atada a un tridente para “arponear” las langostas. Un “mero” de 10 kilos se nos acerca. Hay peces de todos tamaños. También el agua no esta muy clara, que digamos.
La inmersión nocturna en el mar ha sido la experiencia más aterradora, bizarra, sorprendente e inolvidable. Más de 40 minutos de imaginar cosas, de que todos tus sentidos estén al máximo en alerta.
“El Delfín” Fares, aquel hombrón de 1.67, atlético, de 63 años, se burlaba de mi estupor y asombro. Bucear media hora equivale a la fatiga de jugar un partido de futbol de 90 minutos. Inhalas oxígeno comprimido. La seguridad que me inspiraba Beto me hacía sentir parte de la naturaleza, no un agresor.
El sacar langostas era parte de la instrucción del buceo acuático nocturno. Dos docenas llevé a casa esa noche.
Hoy, como hace 15 años, me estremezco al recordar esa maravillosa experiencia en el fondo del mar, en convivencia con la riqueza inexplorable de la bahía de Santa Lucía. Claro que volví a bucear con Beto… eran charlas amenas, anécdotas ricas, acompañadas de cerveza y mariscos.
Muñeco de Sololoy… un abrazo hasta donde estés en el infinito del paraíso acuático… o en aquella negrura del océano pacífico.
