• Astudillo y Amílcar superan diferencias
• AMLO regresa a Guerrero
POR JORGE VALDEZ REYCEN
Con un abrazo de medio lado, espontáneo, sellaron el capítulo de las diferencias personales y el encontronazo que sostuvieron en Tlapa, el 11 de enero pasado, el gobernador Héctor Astudillo Flores y el delegado federal para los Programas Integrales de Desarrollo, Pablo Amílcar Sandoval Ballesteros.
La imagen de ambos fue el mensaje inequívoco de que es el oficio político el que debe imponerse ante cualquier diferendo. Se trata de invocar al ejercicio de la política como la mejor herramienta que supere malos entendidos, e inclusive interpretaciones veladas de ataques o animadversiones. El diálogo se impuso y se lograron acuerdos para bien de Guerrero.
Una vez superado ese delirante episodio de Tlapa, donde abucheos y rechiflas hacia el mandatario crearon un ambiente de confrontación, es prudente que ambos personajes de la política tuvieran un encuentro público donde enviaran el mensaje a los guerrerenses y a la clase política de que los pleitos entre políticos tienen un perjuicio directo.
También es preciso ponderar que Pablo Amílcar Sandoval haya sido prudente y esperado el momento oportuno para reunirse con Héctor Astudillo, a quien seguramente habría ofrecido sus disculpas y una comedida aclaración de lo sucedido, en el entendido de que no volverá a ocurrir. Como haya sido, demostró sensibilidad y humildad y eso se abona a las formas de comprenderse y respetarse mutuamente.
Dos palabras utilizó Astudillo para dirigirse a Amílcar: trabajo y respeto. Con esas dos grandes premisas, cualquier acuerdo podrá surgir sin duda.
Astudillo ha demandado al gobierno federal se compensen los recortes presupuestales a través de otros programas y se mantengan los apoyos a las organizaciones campesinas, porque la gobernabilidad de la entidad se entiende cuando el campo está produciendo la tierra, y no cuando se movilizan pidiendo recursos al gobierno.
Era necesario el análisis, precisamente la víspera de la segunda visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Guerrero, a dos de las regiones que se han distinguido por ser castigadas por una violencia irracional y un clima de inseguridad propiciada por bandas criminales.
Sin meternos en los terrenos de la especulación, pantanosos como siempre han sido, Astudillo Flores como responsable directo del ejercicio gubernamental en Guerrero debe recibir al primer magistrado del país con los protocolos que merece la investidura presidencial. Y para tal efecto, necesariamente habría de haber advertido al delegado federal de Programas Integrales para el Desarrollo que otro sainete, como el de Tlapa, que enturbie o desmerezca los programas que emprenderá el gobierno de la Cuarta Transformación en la Zona Norte y la Tierra Caliente guerrerense sería injustificable como imperdonable.
Por fortuna en Guerrero no se han dado los niveles de cerrazón y barbarie como en Michoacán. Tampoco se han visto movilizaciones que paralicen la actividad turística, lo que causaría graves daños a la economía.
Guerrero sería otro sin el problema de la violencia y la inseguridad. Tendría niveles de crecimiento como el reportado hace dos años, cifra histórica jamás alcanzada antes.
Los asuntos políticos no son tema de conflicto. Es cierto lo dicho por Astudillo: no hay problemas de índole político. El verdadero problema es la inseguridad y la violencia focalizada en regiones que propician grupos delincuenciales identificados plenamente por el Grupo de Coordinación por la Construcción de la Paz en Guerrero.
De tal suerte, felicitemos a los políticos que han hecho de su oficio un buen ejemplo de superar diferencias y sujetarse al respeto y el trabajo en los tiempos que ambos convergerán para trabajar por Guerrero. Le dieron vuelta a la página…