Dierésis

Entre la violencia y el perdón…

 

Por Andrés Campuzano Marquina

@andrescampuzano

redaccion@elreporterogro.com

Amigas y amigos, seguramente en algún momento de sus vidas han perdonado a un familiar por algún error, alguna decepción o quizás una decepción amorosa. O de plano, no han perdonado y es respetable. Desde hace 12 años la violencia cotidiana, sufrida a nivel nacional significa cargar con un miedo e incertidumbre constante. Fue el candidato y actual presidente electo Andrés Manuel López Obrador el que planteó la necesidad del perdón.  Un perdón para sanar, pero, cómo sanar heridas tan profundas como el asesinato de un familiar o la desaparición de uno, si lo encuentras o no.

El acto de perdonar, es íntimo y es interpretado como un acto liberador para recuperar el equilibrio y volver a ser libre respecto a la persona que nos ha hecho daño. Recientemente  Florencio Salazar Adame recordó una vivencia en un texto que no tiene desperdicio, siendo el embajador de México en Colombia, invitado por la Misión de Paz de la Organización de los Estados Americanos, a un acto en el que sicarios pedirían perdón a familiares víctimas de la violencia, ellos, los asesinos se habían entregado para beneficiarse de la Ley Perdón y Olvido de 2003.

Fue un acto de catarsis para los familiares, recuerda Salazar Adame, reunirse en una zona controlada por los victimarios; un hombre de aproximadme 30 ó 35 años se dirige a unas mujeres y le dice: “Ya no busquen a su hermano, después de matarlo lo despedacé y lo eché al río. Nunca lo van a encontrar”.  Una ley cómo esta busca lograr la paz haciéndose acompaña en gran medida de la impunidad.

El perdón se ha asociado a lo largo de los años con la religión. Para algunos esto ha significado en contaminar su definición, para otros es el bálsamo que lo logra. Irónicamente tanto el victimario como la víctima -que no ha perdonado- comparten la ira y la sed de venganza. Por eso se adjudican la madurez y el estar equilibrado, como virtudes indispensables para poder perdonar.

¿Por qué ha calado tanto la idea del perdón para algunos sectores de la sociedad? Porque atribuyen a que ningún sicario que asesinó, descuartizó y esparció los restos de su víctima podrá, genuinamente arrepentirse. También, que el perdón se asocia a la reconciliación con el criminal.

El perdonar no conlleva a hacerse amigo del sicario, es alejar el dolor interno, la ira, la rabia, las ganas de vengarse. No es sumisión ante el verdugo o rendirle pleitesía.

Se resume a una palabra: liberarse.

Ahora lo sé ¿lo acepto? Sí, pero, ¿qué tanto?

Perdonar, reencontrarnos y reconciliarnos. Se afirma que es necesario el perdón, personal y jurídico para lograr la paz en México.

Se pretende generar un cambio a través de aquella vieja máxima: “no se puede apagar el fuego con más fuego”.

No hemos tocado fondo, coincido con Salazar Adame en que México no tiene los antecedentes de violencia de Colombia, pero tampoco, podemos afirmar que a esos niveles no vamos a llegar. Mientras la seguridad siga siendo responsabilidad de los alcaldes no cambiará el esquema, es común que los alcaldes presionen cada más por un presupuesto mayor, pero sus logros en materia de seguridad hacen sospechar su nivel de compromiso, pero, sobre todo de su complicidad.

Perdonar significa romper un vínculo con quien te ha lastimado, no hacerlo es seguir conectado al delincuente a través del rencor y el dolor. Preocupan, y mucho las balas que matan la infancia de un niño o niña y que a tan corta edad le han arrancado a su madre o padre. Tendrán que decidir entre la venganza, la ira o el perdón. Tan simple y tan amarga decisión.

Como en la Divina Comedia de Dante y su guía por el purgatorio Virgilio, podríamos cuestionarnos qué tienen en común el infierno de Dante con el de Virgilio; el primero era cristiano, el segundo romano.

La coincidencia es que las almas que están en limbo, todavía tienen derecho al perdón.

¿La pacificación del país depende de nosotros, los ciudadanos?

Inevitablemente el acto más difícil es ese, el de perdonar.

¿No lo creen?

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